Prueba de Rol + Historia para personajes Pre-determinados

Historia

William nació hace 24 años en Londres, Inglaterra. Hijo primogénito de los Stradivarius, siempre tuvo ese aire arrogante y egoísta en la mirada. Sabiendo que tenía el futuro enteramente planeado y con una fortuna siempre a su disposición, se crió entre lujos y nunca le faltó de nada. Este hecho dio pie a su egocéntrica personalidad, así como el trato que siempre ha dado a los demás, como seres inferiores.

Desde pequeño viajó de un lado a otro con sus hermanos, recorriendo toda Europa en un trayecto que parecía no tener fin. Creció en ciudades distintas, en ambientes distintos, cosa que le hizo ser algo impulsivo y no quiso tener nunca ningún tipo de relación. Estudió con profesores privados, pero nunca le agradaron los intereses académicos y solía desentenderse de sus clases con cualquier excusa. La muerte de su madre nunca le afectó mucho. De pequeño la había querido, sí, pero sabía que en su mundo los sentimientos no iban bien y decidió olvidarse del asunto, aún sabiendo todo lo relacionado con la muerte de su progenitora y su frío padre.

A los 21 años el gobierno de la ciudad donde se hallaban fue derrocado, y la familia Stradivarius se vio envuelta en lo que había deseado desde siempre, la lucha por el control. William podría haberse ido a cualquier lugar que se le antojase, pero la ambición de poder y la oportunidad de derrotar a sus peores enemigos superó su deseo de vivir por su cuenta. Antes de alcanzar la mayoría de edad se volcó en los vicios más clásicos, y adquirió varios negocios de fama no muy recomendada.
Aprobó su compromiso con Bellatrice Rigoletto por la promesa de dinero que escondía, ya que ni siquiera le interesaba la chica en ningún aspecto. Siempre ha vivido como ha querido y solo se es fiel a sí mismo, o como mucho a su familia.

Prueba

Besé el cuello de la muchacha una vez más sin prestar mucha atención a lo que hacía. Con una copa de brandy en la mano y un cigarrillo sin liar en la otra, besar o no un cuello de una chica que no conocía me daba más bien lo mismo. Podría disfrutar de cualquier belleza femenina con un chasquido de dedos. Me alejé de ella y bebí un sorbo, enfocando con esfuerzo el lugar. El humo acumulado en el bar y la droga que ya circulaba por mi sangre impedían mi concentración. Rodeado de barrio bajeros como me hallaba, necesitaba salir de allí enseguida. Me levanté con un leve tambaleo y dejé mi mercancía en la barra de aquel bar.

-Espera...-susurró esa mujer. Con una sonrisa astuta se levantó junto a mí.

-Déjame.-la empujé si rodeos y me dirigí a la salida, empellando a todo aquel que se cruzaba en mi camino. Al salir, inspiré con gusto el aire turbio de los suburbios y tanteé desconcertado los bolsillos de mi chaqueta. El maldito móvil. Debía de estar abandonado dentro.

-Mierda, mierda...-no me apetecía volver a entrar allí. Esa noche prefería llevarme una diversión más preciada a casa. Apunto de abrir la infernal puerta, algo me golpeó fuertemente por detrás. Me giré en un autoreflejo que fue algo más lento de lo pensado y un dolor punzante volvió a darme, esta vez en el rostro. Me llevé la mano a la cara y entre los dedos entreví a un hombre algo mayor mirándome con aire furioso. Escupió a mis pies, algo a lo que ya me había acostumbrado, y dejó caer una tarjeta blanca al suelo.

Contuve mi ira por un momento antes de salir tras el capullo golpeador. Recogí la tarjeta con dedos ensangrentados y la observé. Con letras torcidas y forzadas, decía: Charles Robinson. Robinson... Empecé a reír sin poder contenerme. Era el marido de la señora Robinson. Buenos momentos había pasado con ella... Hasta que se enamoró tan perdidamente de mí que no pude hacer más que dejarle hacer unos trabajillos para mí... Y pensar que Charles acababa de estar a unos metros del burdel donde trabajaba su mujer...

El muy imbécil me había atacado. ¿Acaso no tenía suficiente con perder a su esposa? Parecía querer perder otra cosa. Apreté contra mi cara herida un pañuelo y dejé pasar a un hombre que salía del local. Y tuve una idea.

-Tú. Dame tu móvil.-el desconocido obedeció, debía saber quién era yo. Marqué un número y esperé. Muchas veces marcado durante mucho tiempo, estaba grabado en mi memoria. Al cabo de unos pitidos se oyó una voz grave al otro lado.-Dmitriv, ¿conoces a los Robinson? ¿Sí? Bien... Quiero que le hagas daño al jodido marido.-esperé unos momentos mientras el dolor palpitaba por mi cuerpo. La mano que sujetaba el móvil empezó a temblar de cólera acumulada. Sonreí macabramente ante una insinuación de Dmitriv.-Si, eso estaría bien... Y después... Mátalo.-dije sin remordimiento alguno. Uno no humillaba a un Stradivarius y se iba de rositas.

El personaje es tuyo. te doy color.